Jardín de la Política Torpe
Los pabellones tienen altos umbrales
para que el visitante deba alzar
sus piernas y que el músculo reconozca
la jerarquía del funcionario imperial
dueño de casa.
(El fantasma de Confucio ríe
y lo celebra con recatado alborozo oriental.)
Tres alas de descanso se estiran
al costado de los estanques y
laberintos con poemas en forma
de abanico estampados en las piedras:
una para los palanquines, la segunda
para las damas y la mejor
para los señores.
(Los amigos de Confucio largan una sonrisa
mucho más tenue y tajante que la comisura dibujada por Leonardo.)
En uno de los posaderos con techos en cornamenta,
el emperador especialmente invitado
estampó dos escuetos caracteres
con la leyenda Realmente interesante.
(Los huesos molidos de Confucio se inclinan
en fugaz y etérea reverencia.)
Al diseño total lo realizó el famoso pintor de turno;
las galerías de ojos tallados engañan al no avisado;
el capricho de las rocas del Taijú llena de dudas a lo regular;
sólo el silencio galopa su Larga Marcha.
(El cráneo corroído de Confucio esboza
una última anacleta desafiante.)
Afuera la gente acuna la vida y aún
se entierra sus testimonios.
Los remeros atacan al atardecer en los canales
de Suchow y encienden las pipas sobre la piel del agua,
la cuota de arroz hirviendo en los calderos a popa
de juncos y sampanes.
LECTURA DEL POEMA